Robert Pattinson, guapo, rico y vampirizado por la fama de la saga 'Crepúsculo', intenta escapar de ella dando un salto a un circo ambulante. En 'Agua para elefantes' cae en brazos de Tai, el paquidermo más famoso de Hollywood.
Uno no puede ir más lejos. De aquí al mar. No hay nada más allá de Santa Mónica. Pero tampoco en esta playa californiana donde el continente americano acaba por el Oeste se puede fumar. Y Robert Pattinson se muere de ganas por fumarse un cigarrillo, un american spirit de esos naturales que le gustan, seña de identidad de una joven estrella de Hollywood. Una pequeña muestra de su rebeldía domesticada en un mundo en cruzada antitabaco. La misma rebeldía de ese pelo engominado que el actor británico no deja de mesarse para mitigar su nerviosismo. No nos engañemos, Pattinson preferiría no estar aquí. Hacer entrevistas no es lo suyo. Pero tampoco le quedan opciones. Ni le tengo secuestrado, ni Hollywood le esclaviza: es víctima de su propia fama. El Edward Cullen de la saga Crepúsculo, por quien las Twihard, como se llaman sus acérrimas seguidoras, besan el suelo, no sabe dónde meterse. Para fumar o para respirar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario